Aún estando
atrapado en tu propia cárcel.
No tienes condena.
No se juzgan tus pecados.
Aunque tus errores
nunca te son perdonados
Y solo es el miedo
el que te encadena a tu piel.
Es la más pesada
carga que lastra tu vida.
Son tus propios
pensamientos los que refuerzan,
una fijación
duradera e insana.
Que atormenta esta
pobre alma resquebrajada.
Y aquí estás, en
medio de ninguna parte.
Sin poder huir,
correr, esconderse o luchar.
Acurrucado en el
suelo, sin ni siquiera llorar.
Sin otra alma que
en tu soledad quiera acompañarte.
De pronto una
calidez te roza un hombro.
El susurro de una
voz, la calidez de una sonrisa, apremiando que te levantes.
Te incorporas y
sigues solo, como antes.
Pero sientes que
algo es diferente, se aproxima un cambio.
Y aquí estás, de
nuevo, luchando por encontrar y por fin alcanzar esa chispa de esperanza...
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